Sábato y el regressus ad uterum
(…)
del vientre materno, primera morada cuya nostalgia quizá aún persista en
nosotros, donde estábamos tan seguros y nos sentíamos tan a gusto.
Sigmund Freud, El malestar en la cultura
El título de El
túnel tiene origen y explicación en
la metáfora que imagina Castel. Él ha errado durante su infancia, su juventud y
toda su vida, por un pasadizo lúgubre y solitario. Pero cree que María también
ha vagado por el mismo laberinto, aunque por pasadizos distintos y paralelos.
Su pintura —cree por un momento el protagonista— logra que esos caminos se
entrecrucen y hallen. Sin embargo, la comunión nunca es completa. Los pasadizos
continúan paralelos, aunque sus paredes son ahora de vidrio. La conclusión a la
que llega el protagonista es la que reza el epígrafe: «…en todo caso había un
solo túnel, oscuro y solitario, el mío».
El título, desde otra perspectiva y haciendo hincapié en
la intertextualidad, ofrece una segunda posibilidad interpretativa. Algunos
críticos han sostenido que la obra íntegra de Ernesto Sábato gira alrededor de
un tema en común: la maternidad. Lo analizaremos. Antes que nada, después de
describir sucintamente la situación del protagonista, transcribiremos unos
fragmentos del «Informe sobre Ciegos», el tercer capítulo de Sobre héroes y tumbas. Fernando Vidal
Olmos tras errar por las cloacas de Buenos Aires halla un paraje milenario y
atroz. En él se levanta la estatua de una Deidad con cuerpo de mujer, pero con
alas y cabeza de vampiro. En su ombligo resplandece una luz fosforescente, con
forma de ojo. Una voz, que parece salir de aquel ojo, le ordena: «Ahora entra.
Este es tu comienzo y tu fin».
«El fulgor intenso pero equívoco, como es característico
de la luz fosforescente, que diluye y hace vibrar los contornos, bañaba un
largo y estrechísimo túnel de carne,
en el que fue preciso trepar reptando sobre mi vientre. (…) Algo me sucedió a
medida que ascendía en aquel resbaladizo y sofocante túnel de carne: mi cuerpo
se iba convirtiendo en pez, mis extremidades se transformaban repugnantemente
en aletas, mi piel se cubría de escamas. (…) Mi cuerpo-pez apenas podía ya deslizarse por aquel agujero y ya no
subía por mi propio esfuerzo, pues me era imposible mover las aletas: eran las contracciones de aquella carne que me
apretaban, las que me succionaban hacia lo alto. (…) Hasta que entré en la
caverna, hundiéndome en un líquido
caliente y gelatinoso [el subrayado es nuestro].»
Pareciera que este viaje final que emprende Vidal Olmos
simbolizaría las ansias de retrotraerse a una edad prenatal, intrauterina. Por
eso el «túnel de carne», el cuerpo que se asemeja a un feto-pez y aquella
sustancia caliente y gelatinosa, que bien podríamos relacionar con el líquido
amniótico.
Ahora bien, en la misma obra —además del encuentro entre
Martín y Alejandra, que tiene lugar frente a la estatua de Ceres, diosa de la
fertilidad— sobresale el siguiente detalle: la sórdida relación entre Martín y
su madre, la madre-cloaca.
«—¿Y tu madre? —preguntó.
Martín se sentó y empezó a arrancar unas matitas de
hierba. Encontró una piedrita y pareció estudiar su naturaleza, como un
geólogo.
—¿No me oís?
—Sí.
—Te pregunté por tu madre.
—Mi madre, respondió Martín en voz baja —es una cloaca
(…). —Siempre grita: ¡por qué me habré descuidado!
(…) Y entonces, como si hablara consigo mismo, agregó que
durante mucho tiempo había creído que no lo había amamantado por falta de
leche, hasta que un día su madre le gritó que no lo había hecho para no
deformarse y también le explicó que había hecho todo lo posible para abortar,
menos el raspaje, porque odiaba el sufrimiento tanto como adoraba comer
caramelos y bombones, leer revistas de radio y escuchar música melódica (…).
Así que podía imaginar con qué alegría lo recibió, después de luchar durante
meses saltando a la cuerda como los boxeadores y dándose golpes en el vientre,
razón por la cual (le explicaba su madre a gritos) él había salido medio
tarado, ya que era un milagro que no hubiese ido a parar a las cloacas[1]».
Vamos acercándonos más a nuestra tesis. Un fragmento de Abbadón el exterminador echará más luz
al respecto. R., un personaje portentoso y demoníaco interroga a S.
«—Desde chico tuviste terror a las cuevas.
No era tanto una pregunta como una afirmación que yo
debía confirmar.
—Sí —respondía yo mirándolo fascinado.
—Tuviste asco por lo blando y lo barroso.
—Sí.
—Por los gusanos.
—Sí.
—Por la basura, por los excrementos.
—Sí.
—Por los animales de piel fría que se meten en los
agujeros terrestres.
—Sí.
—Ya sean iguanas, ratas, hurones o comadrejas.
—Sí.
—Entonces huiste hacia la luz, hacia lo límpido y
transparente, hacia lo cristalino y helado.
—Sí.
—Las matemáticas.
—¡Sí, sí!
De pronto abrió los brazos, levantó la cara y exclamó,
mirando hacia arriba, como en una enigmática invocación:
—¡Cuevas, mujeres, madres!»
Regresemos al comienzo. Detalles de El túnel: además del título del cuadro (Maternidad) Castel y María se conocen en el inicio de la primavera
(no olvidemos lo que esta estación representa para la fecundidad); Castel
asesina a María con un cuchillo, la atraviesa, la penetra, primero en el pecho y después en el vientre, dos lugares
del cuerpo femenino por excelencia para su desempeño en el rol de madre; el primer
sueño que cuenta Castel, en el que vaga por una casa que le recuerda su
infancia, es significativo: cuando despierta comprende que la casa del sueño es
María; es decir, simboliza sus deseos subyacentes de estar, de ser, dentro de
ella.
Llegados a este
punto, podemos afirmar que el título de El túnel hace referencia, además, al conducto
anatómico que finaliza en el útero materno[2].
[1] Las cloacas que. recordemos, sí conocerá
Vidal Olmos.
[2]
Por motivos de espacio no analizaré
en profundidad esta hipótesis. Sin embargo, no quisiera olvidar los fragmentos
de La fuente muda, novela inconclusa
que Sábato publicó en el número 157 de la revista Sur. Un grupo de muchachos revolucionarios asesinan a un compañero
tras comprobar que éste ha divulgado información. Boca abajo, lo ahogan en un
charco de agua barrosa. El ajusticiado clama por su vida en nombre de su madre:
«¡No me maten! ¡Piensen en mi madre, por favor, la pobre, la pobre vieja! ¡No
piensen en mí, pero piensen en ella!» Con fuerza sobrehumana consigue sacar la
cabeza fuera del agua (o bien podríamos decir del líquido). Su alarido final es el siguiente: «¡Mamá! ¡Mamita mía!»
En estos textos se vislumbran ciertas
ansias de circularidad por parte de los personajes, es decir, culminar la vida
donde justamente ella ha germinado, lo que representaría un intento fallido por
alcanzar la eternidad.