martes, 31 de agosto de 2010

Nota 8: sobre "el derrumbe espiritual de Nietzsche"

Mi primer acercamiento a Nietzsche fue a través de Humano, demasiado humano. En ese momento, hará cinco o seis años, recordé un sombrío anhelo de mi  adolescencia: dejar de ser yo, perder mi ominosa consciencia, caer en una definitiva locura. Resistir el peso, la lucidez de la existencia, significaba sufrir una tortura sin tener a mano la posibilidad del desmayo. Se habla del “derrumbe espiritual” de Nietzsche. A mi entender se trataría, más bien, de una esforzada y paciente construcción. No se llega a perder la razón así por que sí. Otros, sobre todo los herederos de la ciencia de Hipócrates, prefieren hablar de sífilis.


Juan Cruz Caminante

domingo, 29 de agosto de 2010

Nota 6: sobre el divertimiento.





Pascal, ya en el siglo XVII, afirmaba en el fragmento 33 de sus Pensamientos lo siguiente:

“Quien no ve la vanidad del mundo, muy vano es él mismo. Pues ¿quién no la ve salvo los jóvenes, completamente entregados al estrépito, al divertimiento y al pensamiento del porvenir? Pero quitadles su divertimiento, los veréis secarse de hastío. Sienten entonces su nada sin conocerla, porque es ser muy desgraciados estar en una tristeza insoportable tan pronto como nos vemos reducidos a considerarnos a nosotros mismos, y a no divertirnos con ello”


En la parte VIII, titulada “Divertimiento” el fragmento 24 es lapidario.

“No habiendo podido curar la muerte, la miseria y la ignorancia, a los hombres se les ha ocurrido, para ser felices, no pensar en ellas.
Pese a estas miserias quiere ser feliz y no quiere ser más que feliz, y no puede no querer serlo.
Pero ¿cómo se las arreglará?
Para lograrlo sería menester que se volviera inmortal, y no pudiéndolo se le ha ocurrido prohibirse a sí mismo pensar en ello.”


La colonización de Marte, imaginada el siglo pasado por Ray Bradbury no ha acontecido. Sin embargo, desgraciadamente, la sociedad de Guy Montag (con sus “tíos” y “tías” de la sala de estar) no nos es del todo ajena.

sábado, 28 de agosto de 2010

El quinto evangelista



En 1870, Friedrich Nietzsche, filósofo que había proclamado "la muerte de Dios", afirmó ante un amigo: "Esta semana he oído tres veces la Pasión según San Mateo. Quien se haya apartado totalmente del Cristianismo, como yo, la oye, no obstante, como un nuevo Evangelio". De ahí que algunos llaman a Bach "el quinto evangelista".

Colección "Grandes compositores de la música clásica", Editorial Sol 90, Barcelona, España, 2003.

Del árbol de la montaña (fragmento)




El ojo de Zaratustra había visto que un joven lo evitaba. Y cuando una tarde caminaba solo por los montes que rodean la ciudad llamada «La Vaca Multicolor»: he aquí que encontró en su camino a aquel joven, sentado junto a un árbol en el que se apoyaba y mirando al valle con mirada cansada. Zaratustra agarró el árbol junto al cual estaba sentado el joven y dijo:
«Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan».
Entonces el joven se levantó consternado y dijo: «Oigo a Zaratustra, y en él estaba precisamente pensando». Zaratustra replicó:
«¿Y por eso te has asustado? Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, hacia el mal.»
«¡Sí, hacia el mal!, exclamó el joven. ¿Cómo es posible que tú hayas descubierto mi alma?»
Zaratustra sonrió y dijo: «A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se las invente».
«¡Sí, hacia el mal», volvió a exclamar el joven. Tú has dicho la verdad, Zaratustra. Desde que quiero elevarme hacia la altura ya no tengo confianza en mí mismo, y ya nadie tiene confianza en mí, ¿cómo ocurrió esto? Me transformo demasiado rápidamente: mi hoy refuta a mi ayer. A menudo salto los escalones cuando subo, esto no me lo perdona ningún escalón.
Cuando estoy arriba, siempre me encuentro solo. Nadie habla conmigo, el frío de la soledad me hace estremecer. ¿Qué es lo que quiero yo en la altura?
Mi desprecio y mi anhelo crecen juntos; cuanto más alto subo, tanto más desprecio al que sube. ¿Qué es lo que quiere éste en la altura?
¡Cómo me avergüenzo de mi subir y tropezar! ¡Cómo me burlo de mi violento jadear! ¡Cómo odio al que vuela! ¡Qué cansado estoy en la altura!»
Aquí el joven calló. Y Zaratustra miró detenidamente el árbol junto al que se hallaban y dijo:
«Este árbol se encuentra solitario aquí en la montaña; ha crecido muy por encima del hombre y del animal. Y si quisiera hablar, no tendría a nadie que lo comprendiese: tan alto ha crecido. Ahora él aguarda y aguarda, ¿a qué aguarda, pues? Habita demasiado cerca del asiento de las nubes: ¿acaso aguarda el primer rayo?»



Friedrich Nietzsche, Así hablaba Zaratustra.

jueves, 26 de agosto de 2010

El lamento del que busca el conocimiento

A continuación, la trascripción del aforismo 249 de La Gaya Ciencia, titulado: “El lamento del que busca el conocimiento.”

¡Ay, maldita ambición! En esta alma no existe en modo alguno la renuncia al yo, sino que habita un yo que ansía todas las cosas, que quisiera tomar con sus propias manos y ver tanto a través de muchos individuos como de sus propios ojos; un yo que recuperase también todo el pasado, que no quisiera perder nada de lo que pudiese pertenecerle. ¡Ay, llama maldita de mi ambición! ¡Si pudiera renacer en cien seres! Quien no conozca por experiencia propia este lamento, no conoce tampoco la pasión del que busca el conocimiento.

Friedrich Nietzsche

martes, 24 de agosto de 2010

Nota 5: El gran Gatsby

Algunas impresiones sobre El gran Gatsby, de F. S. Fitzgerald*


Hace una semana concluí la lectura de El gran Gatsby. El objeto de esta nota es dejar una breve referencia con respecto a la primera impresión que me suscitó. Contra todo rigor académico, no analizaré el contexto histórico-social en el que la novela fue perpetrada. Como diría Todorov, la interpretación de una obra es diferente según la personalidad del crítico y, también, según la época. Olvidemos, pues, la sociedad estadounidense, los años veinte y todo lo concerniente al “sueño americano.”
Nick Carraway es el narrador testigo de esta historia. En el introito, asombran estas palabras:

“(…) había algo espléndido en él [Gatsby], cierta exaltada sensibilidad ante las promesas de la vida, como si estuviera conectado a uno de esos complicados mecanismos que registran terremotos a quince mil kilómetros de distancia. (…) El suyo era un don extraordinario para la esperanza, una romántica disponibilidad como nunca he hallado en otra persona.”

Un página más adelante agrega: “(…) El sucio polvo que levantaban sus sueños [fue] lo que provocó por una temporada mi desinterés hacia las infructuosas penas y las alicortas alegrías de los seres humanos”.
La historia que Nick contará y de la que también formará parte, será de una intensidad tal que, al concluir los hechos, no podrá soportar el contacto de sus semejantes. No olvidemos en este sentido a Gulliver, que tras conocer a los virtuosos Houyhnhms experimentó casi asco por su familia, en tanto le recordaron a los yahoos.
El final del primer capítulo es memorable. Gatsby, con las manos en los bolsillos, bajo un cielo estrellado, contempla el mar. Al otro lado de la bahía, se vislumbran los brillos de una luz verde. Gatsby, lo sabremos después, ha comprado su mansión por el simple hecho de que está, mar mediante, ubicada frente a la casa de la mujer que ama. De hecho, las luces verdes pertenecen al embarcadero de la casa de ésta. Pero… todavía hay más. Las concurridas y asiduas fiestas que Gatsby organiza tienen un solo motivo: el que, por azar, alguna noche ella aparezca. La ilusión de Gatsby es titánica, sobrepasa los límites de lo imaginable. Profesa una enfermiza fe en el poder salvador del amor; no hay sonda capaz de medir la profundidad de su esperanza. En palabras del narrador, Gatsby tiene una visión “orgiástica” de su futuro. Tal es la sombra que proyecta este gigante, que Nick no puede evitar, al promediar el final, sentirse agobiado por el peso del pesimismo: "(…) futuro que año tras año retrocede delante de nosotros (…) Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente al pasado”.


*Por motivos de economía he omitido mencionar detalles como, por ejemplo, el motivo recurrente de la voz de Daisy.

domingo, 22 de agosto de 2010

Nota 2: la corona de espinas




He imaginado la siguiente escena. Un hombre ensimismado, de mirada dura, está sentado en un bar, frente a otro. Éste es un joven cortés y, si se quiere, de rasgos agradables. El hombre y el joven conversan. Las palabras del primero son hachazos. El joven, solícito, intenta comprender. Hace más de media hora que observa al hombre. Progresivamente, nota que la frente de éste se surca de arrugas. Cuánto más se esfuerza por aclarar sus ideas (a hachazos) las arrugas se multiplican y forman una especie de áspera red. Desde su posición, con estupor, el joven cree ver en ella la parte frontal de una corona de espinas.