domingo, 28 de noviembre de 2010

Sobre la valoración del acto sexual

El tomar fragmentos aislados de una obra es, quizá, poco serio. No es mi intención ensayar una hipótesis de trabajo. Sólo hago mención de cuestiones que tienen que ver con el campo de mis intereses. Hecha la aclaración, procedo a transcribir los textos.

En un tal Lucas, encontramos el siguiente escrito, titulado «Amor 77»:

«Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.»

Quisiera resaltar, ahora, el diálogo que mantienen la Maga y Oliveira en el capítulo 20 de Rayuela, donde el acto sexual es, por sí mismo, valorado estéticamente.

«—A mí me pareció que yo podía protegerte. No digas nada. En seguida me di cuenta de que no me necesitabas. Hacíamos el amor como dos músicos que se juntan para tocar sonatas.
—Precioso, lo que decís.
—Era así, el piano iba por su lado y el violín por el suyo y de eso salía la sonata, pero ya ves, en el fondo no nos encontrábamos. Me di cuenta en seguida, Horacio, pero las sonatas eran tan hermosas.»

Dos capítulos más adelante, Oliveira reflexiona:


«Sólo un optimismo biológico y sexual podía disimularle a algunos su insularidad, mal que le pesara a Jhon Donne. Los contactos en la acción y la raza y el oficio y la cama y la cancha, eran contactos de ramas y hojas que se entrecruzan y se acarician de árbol a árbol, mientras los troncos alzan desdeñosos sus paralelas inconciliables.»

¡Se los ruego! ¡Denme a Dios!

«Si el hombre no tuviese una conciencia eterna; si, en el fondo de todas las cosas, no hubiese sino un poder salvaje e hirviente que produce todas las cosas, lo grande y lo fútil, en el torbellino de oscuras pasiones; si el vacío sin fondo que nada puede llenar se ocultase bajo las cosas, ¿qué sería la vida sino desesperación?»

Sören Kierkegaard

Cit. en El mito de Sísifo, Albert Camus, ed. Losadas, Bs. As., 2007

sábado, 27 de noviembre de 2010

Sobre la séptima soledad

309. Sobre la séptima soledad

Un día el caminante cerró con violencia una puerta tras de sí, se detuvo y se puso a llorar. Luego dijo: “¡Estoy harto de esta inclinación, de este impulso a lo verdadero, a lo real, a la no aparente, a lo cierto! ¿Por qué me persigue precisamente a mí este acosador sombrío y apasionado? Me gustaría tomarme un descanso, ¡pero no me lo permite! ¡Y cuántas cosas me sugieren la seducción del descanso! Por todas partes veo jardines de Armida; ¡por eso sufre mi corazón nuevos desgarrones y nuevas amarguras! He de seguir avanzando, levantar estos pies cansados y heridos; a medida que avanzo, no tengo para las cosas bellas que no han logrado retenerme más que una mirada furiosa… ¡porque no lograron retenerme!”


Friedrich Nietzsche, La Gaya Ciencia, ed. Gradifco, Bs. As., 2007.

martes, 23 de noviembre de 2010

El loco

125.- El loco.

¿No han oído hablar de aquel loco que, con una linterna encendida en pleno día, corría por la plaza y exclamaba continuamente: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”?
Como justamente se habían juntado allí muchos que no creían en Dios, provocó gran diversión. ¿Se te ha perdido?, dijo uno. ¿Se te ha extraviado como un niño?, dijo otro. ¿No será que se te ha escondido en algún sitio? ¿Nos tiene miedo? ¿Se te ha embarcado? ¿Ha emigrado? Así gritaban y se reían al mismo tiempo. El loco se lanzó en medio de ellos y los fulminó con la mirada. —¿Dónde está Dios —exclamó—, ¡se los voy a decir! ¡Nosotros lo hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos somos unos asesinos! Pero ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar completamente el horizonte? ¿Qué hemos hecho para desencadenar a esta tierra de su sol? ¿Hacía dónde rueda ésta ahora? ¿Hacia qué nos lleva su movimiento? ¿Lejos de todo sol? ¿No nos precipitamos en una constante caída, hacia atrás, de costado, hacia delante, en todas direcciones? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece continuamente y se hace cada más oscuro? ¿No hay que encender las linternas desde la mañana? ¿No seguimos oyendo el ruido de los sepultureros que han enterrado a Dios? ¿No seguimos oliendo la putrefacción divina? ¡Los dioses han muerto! ¡Dios está muerto! ¡Y lo hemos matamos nosotros! ¿Cómo vamos a consolarnos los asesinos de los asesinos? Lo que en el mundo había hasta ahora de más sagrado y más poderoso ha perdido su sangre bajo nuestros cuchillos, y ¿quién nos quitará esta sangre de las manos? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué solemnes expiaciones, qué juegos sagrados habremos de inventar? ¿No es demasiado grande para nosotros la magnitud de este hecho? ¿No tendríamos que convertirnos en dioses para resultar dignos de semejante acción? Nunca hubo un hecho mayor, ¡y todo el que nazca después de nosotros pertenecerá, en virtud de esta acción, a una historia superior a todo lo que la historia ha sido hasta ahora! Al llegar aquí el loco se calló y observó de nuevo a sus oyentes, quienes también se habían callado y lo miraban perplejos. Por último, tiró la linterna al suelo, que se rompió y se apagó. “Llego demasiado pronto, dijo luego, mi tiempo no ha llegado aún. Este formidable acontecimiento está todavía en camino, avanza, pero aún no ha llegado a los oídos de los hombres. Para ser vistos y oídos, los actos necesitan tiempo después de su realización, como lo necesitan el relámpago y el trueno, y la luz de los astros. Esta acción es para ellos más lejana que los astros más distantes, ¡aunque son ellos quien lo han realizado!” Cuentan también que ese mismo día el loco entró en varias iglesias en las que entonó su Requiem aeternam Deo. Cuando lo echaban de ellas y le pedían que aclarara sus dichos, no dejaba de repetir: “¿Qué son estas iglesias sino las tumbas y los monumentos funerarios de Dios?”


La Gaya Ciencia, Friedrich Nietzsche, Ed. Gradifco, Buenos Aires, 2007.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Eclesiastés

El Eclesiastés es un texto marcadamente pesimista. Es conocida su expresión, que, podríamos decir, resume su cansada angustia por el mundo: «Vanidad de vanidades, y todo es vanidad». Casi no hay alabanzas, sólo lamentos por la condición del hombre. Son notorias sus reflexiones sobre la sabiduría. El Predicador es un hombre que ha viajado por el mundo, que ha indagado en su corazón y que no ha encontrado nada más que futilidad.

«He aquí que me engrandecido, y he crecido en sabiduría más que todos mis predecesores en Jerusalén, y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia. De corazón me dediqué a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos. Y supe que aun esto era aflicción del espíritu, pues

en la mucha sabiduría
hay mucho sufrimiento
y quien añade ciencia
añade dolor». (Ec. 1, 12-18)

El Predicador entiende que la vida es inútil: «Mejor el día de la muerte, que el día del nacimiento (Ec. 7, 1). Y: «Alabé entonces a los finados, a los que ya habían muerto, más que a los vivos, los que todavía viven. Pero tuve por más feliz que unos y otros al que aún no es, al que aún no ha visto las malas obras que se hacen bajo el sol».
En cuanto a la búsqueda del placer, es lapidario:

«Dije yo en mi corazón: “Vamos ahora, te probaré con el placer, gozarás de lo bueno”. Pero he aquí que esto también era vanidad. A la risa dije: “Enloqueces”; y al placer: “¿De qué sirve esto?” (Ec. 2, 1-2)

sábado, 6 de noviembre de 2010

Tenemos el arte para que la verdad no nos mate

TENEMOS EL ARTE PARA QUE LA VERDAD NO NOS MATE

¿Sólo conoces lo Real? Cae muerto.
Eso dijo Nietzsche.
Tenemos el arte para que la verdad no nos mate.
Para nosotros el mundo es demasiado.
Después de cuarenta días el Diluvio sigue.
Las ovejas que pastan allá lejos son chacales.
Ese tictac en tu cabeza es de verdad el Tiempo
y vendrá por la noche a sepultarte.
El tibio niño que ahora duerme partirá en el alba,
y con tu corazón irá hacia mundos que ignoras.
Y por eso
necesitamos que el Arte enseñe a respirar
y haga latir la sangre; tener que aceptar la cercanía
del Diablo
y la edad y la sombra y el coche que atropella,
y al payaso con máscara de Muerte
o la calavera que con corona de Bufón
a medianoche agita cascabeles
de óxido sangriento y matracas gruñonas
que estremecen los huesos del desván.
Tanto, tanto, tanto... ¡Demasiado!
¡Destroza el corazón!
¿Y entonces? Encuentra el Arte.
Toma el pincel. Aviva el paso. Mueve las piernas.
Baila. Prueba el poema. Escribe teatro.
Más hace Milton que Dios, aun borracho,
para justificar los modos del Hombre con el Hombre.
Y el divagante Melville se toma en serio la tarea
de encontrar la máscara bajo la máscara.
Y la homilía de Emily D. señala el basurero
de nuestras anomalías.
Y Shakespeare envenena el dardo de la Muerte
y la herramienta de un arte de enterrador.
Y Poe construye un Arca de huesos
porque ha presentido un diluvio de sangre.
La muerte es una dolorosa muela del juicio;
extrae esa Verdad con las tenazas del Arte
y emploma el abismo en donde estaba
oculta en las sombras con el Tiempo y las Causas.
Aunque el Gusano Rey nos devore el corazón
con la boca de Yorick demos gracias al Arte.


We Have Our Arts So We Don’t Die of Truth

Know only Real? Fall dead.
So Nietzsche said.
We have our Arts so we won’t die of Truth.
The World is too much with us.
The Flood stays on beyond forty days,
The sheep that graze in yonder fields are wolves.
The clock that ticks inside your head is truly Time
And in the night will bury you.
The children warm in bed at dawn will leave
And take your heart and go to worlds you do not know.
All this being so
We need our Arts to teach us how to breathe
And beat out blood; accept the devil’s neighborhood,
And age and dark and cars that run us down,
And clown with Death’s-head in him
Or skull that wears Fool’s crown
And jingles blood-rust bells and rattles groans
To earthquake-settle attic bones late nights.
All this, this, this, all this—too much!
It cracks the heart!
And so? Find Art,
Seize brush. Take stance. Do fancy footwork. Dance.
Run race. Try poem. Write play.
Milton does more than drunk God can
To justify Man’s way toward Man.
And maundered Melville takes as task
To find the mask beneath the mask.
And homily by Emily D. shows dust-bin Man’s anomaly.
And Shakespeare poisons up Death’s dart
And of gravedigging hones an art.
And Poe divining tides of blood
Builds Ark of bone to sail the flood.
Death, then, is painful wisdom tooth;
With Art as forceps, pull that Truth,
And plumb the abyss where it was
Hid deep in dark and Time and Cause.
Though Monarch Worm devours our heart,
With Yorick’s mouth cry, “Thanks!” to Art.



De Zen en el arte de escribir, Ray Bradbury
Trad. Marcelo Cohen
Minotauro, 2002