sábado, 20 de noviembre de 2010

Eclesiastés

El Eclesiastés es un texto marcadamente pesimista. Es conocida su expresión, que, podríamos decir, resume su cansada angustia por el mundo: «Vanidad de vanidades, y todo es vanidad». Casi no hay alabanzas, sólo lamentos por la condición del hombre. Son notorias sus reflexiones sobre la sabiduría. El Predicador es un hombre que ha viajado por el mundo, que ha indagado en su corazón y que no ha encontrado nada más que futilidad.

«He aquí que me engrandecido, y he crecido en sabiduría más que todos mis predecesores en Jerusalén, y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia. De corazón me dediqué a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos. Y supe que aun esto era aflicción del espíritu, pues

en la mucha sabiduría
hay mucho sufrimiento
y quien añade ciencia
añade dolor». (Ec. 1, 12-18)

El Predicador entiende que la vida es inútil: «Mejor el día de la muerte, que el día del nacimiento (Ec. 7, 1). Y: «Alabé entonces a los finados, a los que ya habían muerto, más que a los vivos, los que todavía viven. Pero tuve por más feliz que unos y otros al que aún no es, al que aún no ha visto las malas obras que se hacen bajo el sol».
En cuanto a la búsqueda del placer, es lapidario:

«Dije yo en mi corazón: “Vamos ahora, te probaré con el placer, gozarás de lo bueno”. Pero he aquí que esto también era vanidad. A la risa dije: “Enloqueces”; y al placer: “¿De qué sirve esto?” (Ec. 2, 1-2)

1 comentario:

  1. claro sincretismo de un experimentado señor que demuestra, hasta que punto hay textos antiguos que expresan un pesimismo que yo no lo siento asi, el hombre es un ser dotado de una capacidad extraordinaria para hablarle a los otros sin que sepamos si lo que dice es verdadero o falso.
    Fdo. Pomodoro

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