martes, 24 de agosto de 2010

Nota 5: El gran Gatsby

Algunas impresiones sobre El gran Gatsby, de F. S. Fitzgerald*


Hace una semana concluí la lectura de El gran Gatsby. El objeto de esta nota es dejar una breve referencia con respecto a la primera impresión que me suscitó. Contra todo rigor académico, no analizaré el contexto histórico-social en el que la novela fue perpetrada. Como diría Todorov, la interpretación de una obra es diferente según la personalidad del crítico y, también, según la época. Olvidemos, pues, la sociedad estadounidense, los años veinte y todo lo concerniente al “sueño americano.”
Nick Carraway es el narrador testigo de esta historia. En el introito, asombran estas palabras:

“(…) había algo espléndido en él [Gatsby], cierta exaltada sensibilidad ante las promesas de la vida, como si estuviera conectado a uno de esos complicados mecanismos que registran terremotos a quince mil kilómetros de distancia. (…) El suyo era un don extraordinario para la esperanza, una romántica disponibilidad como nunca he hallado en otra persona.”

Un página más adelante agrega: “(…) El sucio polvo que levantaban sus sueños [fue] lo que provocó por una temporada mi desinterés hacia las infructuosas penas y las alicortas alegrías de los seres humanos”.
La historia que Nick contará y de la que también formará parte, será de una intensidad tal que, al concluir los hechos, no podrá soportar el contacto de sus semejantes. No olvidemos en este sentido a Gulliver, que tras conocer a los virtuosos Houyhnhms experimentó casi asco por su familia, en tanto le recordaron a los yahoos.
El final del primer capítulo es memorable. Gatsby, con las manos en los bolsillos, bajo un cielo estrellado, contempla el mar. Al otro lado de la bahía, se vislumbran los brillos de una luz verde. Gatsby, lo sabremos después, ha comprado su mansión por el simple hecho de que está, mar mediante, ubicada frente a la casa de la mujer que ama. De hecho, las luces verdes pertenecen al embarcadero de la casa de ésta. Pero… todavía hay más. Las concurridas y asiduas fiestas que Gatsby organiza tienen un solo motivo: el que, por azar, alguna noche ella aparezca. La ilusión de Gatsby es titánica, sobrepasa los límites de lo imaginable. Profesa una enfermiza fe en el poder salvador del amor; no hay sonda capaz de medir la profundidad de su esperanza. En palabras del narrador, Gatsby tiene una visión “orgiástica” de su futuro. Tal es la sombra que proyecta este gigante, que Nick no puede evitar, al promediar el final, sentirse agobiado por el peso del pesimismo: "(…) futuro que año tras año retrocede delante de nosotros (…) Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente al pasado”.


*Por motivos de economía he omitido mencionar detalles como, por ejemplo, el motivo recurrente de la voz de Daisy.

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