Frente a la lucidez de Van
Gogh en acción, la psiquiatría queda reducida a un reducto de gorilas,
realmente obsesionados y perseguidos, que sólo disponen, para mitigar los más
espantosos estados de angustia y opresión humana, de una ridícula terminología,
digno producto de sus cerebros
viciados.
En efecto, no hay psiquiatra
que no sea un notorio erotómano.
Y no creo que la regla de la
erotomanía inveterada de los psiquiatras sea pasible de ninguna excepción.
Conozco uno que se rebeló,
hace algunos años, ante la idea de verme acusar en bloque al conjunto de
insignes crápulas y embaucadores patentados al que pertenecía.
En lo que a mí respecta, señor
Artaud —me decía— no soy erotómano, y lo desafío a que presente una sola prueba
para fundamentar su acusación.
No tengo más que presentarlo a
usted mismo, Dr. L...* como prueba;
lleva el estigma en la jeta,
pedazo de cochino inmundo.
Tiene la facha de quien
introduce su presa sexual bajo la lengua y después le da vuelta como a una
almendra, para hacer la higa a su modo.
A esto le llama sacar su buena
tajada y quedar bien.
Si en el coito no logra ese
cloqueo de la lengua del modo que usted tan a fondo conoce, y al mismo tiempo
el gorgoteo de la faringe, el esófago la uretra y el ano,
usted no se da por satisfecho.
(…) Y ése es, precisamente, el
plano en que el pobre Van Gogh era casto, casto como no pueden serlo ni un
serafín ni una Virgen, porque son precisamente ellos
los que han fomentado
y alimentado en sus orígenes
la gran máquina del pecado. (…) Y conste que no creo en el pecado católico (…).
Antonin Artaud, Van Gogh el
suicidado de la sociedad
*Se refiere, muy
probablemente, al doctor Latremolière, uno de los psiquiatras de Rodez, que
publicó un testimonio sobre Artaud, titulado: «Yo hablé de Dios con Artaud».