sábado, 26 de mayo de 2012

Artaud contra los erotómanos

 Frente a la lucidez de Van Gogh en acción, la psiquiatría queda reducida a un reducto de gorilas, realmente obsesionados y perseguidos, que sólo disponen, para mitigar los más espantosos estados de angustia y opresión humana, de una ridícula terminología,
digno producto de sus cerebros viciados.
En efecto, no hay psiquiatra que no sea un notorio erotómano.
Y no creo que la regla de la erotomanía inveterada de los psiquiatras sea pasible de ninguna excepción.
Conozco uno que se rebeló, hace algunos años, ante la idea de verme acusar en bloque al conjunto de insignes crápulas y embaucadores patentados al que pertenecía.
En lo que a mí respecta, señor Artaud —me decía— no soy erotómano, y lo desafío a que presente una sola prueba para fundamentar su acusación.
No tengo más que presentarlo a usted mismo, Dr. L...* como prueba;
lleva el estigma en la jeta,
pedazo de cochino inmundo.
Tiene la facha de quien introduce su presa sexual bajo la lengua y después le da vuelta como a una almendra, para hacer la higa a su modo.
A esto le llama sacar su buena tajada y quedar bien.
Si en el coito no logra ese cloqueo de la lengua del modo que usted tan a fondo conoce, y al mismo tiempo el gorgoteo de la faringe, el esófago la uretra y el ano,
usted no se da por satisfecho.
(…) Y ése es, precisamente, el plano en que el pobre Van Gogh era casto, casto como no pueden serlo ni un serafín ni una Virgen, porque son precisamente ellos
los que han fomentado
y alimentado en sus orígenes la gran máquina del pecado. (…) Y conste que no creo en el pecado católico (…).
Antonin Artaud, Van Gogh el suicidado de la sociedad
*Se refiere, muy probablemente, al doctor Latremolière, uno de los psiquiatras de Rodez, que publicó un testimonio sobre Artaud, titulado: «Yo hablé de Dios con Artaud».

jueves, 17 de mayo de 2012

El Pensamiento




Pero quitadles su divertimiento, los veréis secarse de hastío.
BLAISE PASCAL, Pensamientos
 Era una fiesta concurrida donde había alcohol, música y luces multicolores. En un rincón, un joven de aspecto agobiado miraba bailar a las mujeres cuerdas y a los hombres cuerdos. Para no atentar contra algo que se engendraba en él, había evitado las bebidas. Ese algo era un Pensamiento.
Hacía años había amado a una muchacha. Ella nunca lo supo. Luego amó a otra; ésta, al escuchar la confesión, miraba impaciente hacia un costado. Cuando se enamoró por tercera vez (con resultados similares) el Pensamiento ya había adquirido una forma fetal.
La expresión taciturna del joven llamó la atención de la mujer más cuerda de las allí presentes. Se acercó y se acomodó a su lado, rozándolo con el hombro esquelético. La mujer habló y él no comprendió sus palabras. En un principio, creyó que  se debía al estruendo de los bafles. Luego se percató, con confuso horror, que la razón era otra. Profiriendo un gemido, procuró alejarse. Pero al mirar alrededor se dio cuenta de que las mujeres cuerdas y los hombres cuerdos también eran grotescos y repelentes cadáveres. Algo, una voz a su espalda, susurró:
—¡Quiero placeres, dame divertimentos, acumulo orgasmos!
El joven, desesperado, intentó huir, pero el susurro lo persiguió despiadadamente. De rodillas, cayó al suelo. Al no cesar la tortura, se tapó los oídos con las manos, se golpeó la cabeza con los puños y, como nada de esto surtiera efecto, emprendió a cabezazos contra el piso.
Inconsciente, ensangrentado, fue sacado del lugar.



Juan Cruz Caminante

domingo, 13 de mayo de 2012

La sabiduría se mide exactamente por la disminución de la bilis

Tomando al vuelo un libro, encontré un párrafo subrayado. El fragmento pertenece a un cuento titulado «El monje negro» de Antón Chéjov: «—¡Qué buena suerte la de Buda, Mahoma y Shakespeare es no tener parientes solícitos ni médicos que los curasen de inspiración y entusiasmo! —dijo Kovrin—. Si Mahoma hubiera tomado bromuro de potasio para los nervios, si hubiera trabajado sólo dos horas al día y tomado leche, ese hombre extraordinario hubiera dejado tras sí tan poco como dejó su perro. Lo que los médicos y parientes solícitos consiguen al cabo es idiotizar a la humanidad y, haciendo pasar por genio a la mediocridad, destruir la civilización. ¡Si supieran ustedes —exclamó Kovrin con despecho— lo agradecido que les estoy!»