Existe un libro, pésimamente escrito, titulado Genio y figura de Ernesto Sábato, cuyo autor es Carlos Catania. Si la nota de Sudestada exhibe una irreprimible animadversión contra el escritor, Catania no hace más que pontificar su figura. Sus páginas (por momentos apasionadas, por momentos ilegibles) esbozan una defensa que nunca pasa de ser garabato. Con perplejidad me pregunto si el autor aboga a favor de Ernesto Sábato o si, en realidad, pertenece a las filas de sus detractores. Escribe:
»La enorme perplejidad que la conducta [1] de Sábato le ha deparado, contrasta violentamente con la ejercitada por otros escritores de tercer orden, artificialmente promovidos, cuyas excelencias son publicitadas al igual que las más refinadas marcas de cosméticos o papel higiénico. Pero hay algo que me parece más vil y nauseabundo. Muchos de ellos, para justificar su actitud de gusanos, al mejor estilo cubano, suelen (¡aún!) achacarle a Sábato un almuerzo con el general Videla, donde denunció la prisión y tortura de escritores e intelectuales. En plena dictadura militar permaneció en el país, combatiendo con artículos suicidas en diarios y revistas de París, de Madrid, en La Nación de Buenos Aires (leer fecha del 22/1/77), en El Tiempo, de Bogotá, en La Razón y La Opinión, de Buenos Aires (también en 1977), en Hamburgo, etcétera. No debemos olvidar, señores escribientes ideológicos en decadencia, el ensayo publicado a fines de 1976 en Buenos Aires, titulado Nuestro tiempo de desprecio. ¿Dónde estaban ustedes, muchachitos, y qué hacían además de masturbarse con la mano izquierda?
»Lo curioso (doloroso) es que escritores de más aceptable nivel, algunos pertenecientes al «boom» [2], como ya no tienen donde apoyarse, pasaron de compañeros de viaje del socialismo, a formar parte del fascismo contemporáneo; revolucionarios de salón, huyeron de sus posturas cuando las papas quemaban, para deglutir postres más apetecibles. Jamás se jugaron la vida por sus ideas y hoy los vemos convertidos en especialistas de marketing literario. Bailen, cerdos —escribe Kafka en su Diario—, a mí qué me importa.
[1] En cursiva, en el original.
[2] El autor hace una obvia alusión a Mario Vargas Llosa.
»La enorme perplejidad que la conducta [1] de Sábato le ha deparado, contrasta violentamente con la ejercitada por otros escritores de tercer orden, artificialmente promovidos, cuyas excelencias son publicitadas al igual que las más refinadas marcas de cosméticos o papel higiénico. Pero hay algo que me parece más vil y nauseabundo. Muchos de ellos, para justificar su actitud de gusanos, al mejor estilo cubano, suelen (¡aún!) achacarle a Sábato un almuerzo con el general Videla, donde denunció la prisión y tortura de escritores e intelectuales. En plena dictadura militar permaneció en el país, combatiendo con artículos suicidas en diarios y revistas de París, de Madrid, en La Nación de Buenos Aires (leer fecha del 22/1/77), en El Tiempo, de Bogotá, en La Razón y La Opinión, de Buenos Aires (también en 1977), en Hamburgo, etcétera. No debemos olvidar, señores escribientes ideológicos en decadencia, el ensayo publicado a fines de 1976 en Buenos Aires, titulado Nuestro tiempo de desprecio. ¿Dónde estaban ustedes, muchachitos, y qué hacían además de masturbarse con la mano izquierda?
»Lo curioso (doloroso) es que escritores de más aceptable nivel, algunos pertenecientes al «boom» [2], como ya no tienen donde apoyarse, pasaron de compañeros de viaje del socialismo, a formar parte del fascismo contemporáneo; revolucionarios de salón, huyeron de sus posturas cuando las papas quemaban, para deglutir postres más apetecibles. Jamás se jugaron la vida por sus ideas y hoy los vemos convertidos en especialistas de marketing literario. Bailen, cerdos —escribe Kafka en su Diario—, a mí qué me importa.
[1] En cursiva, en el original.
[2] El autor hace una obvia alusión a Mario Vargas Llosa.
Catania, Carlos. Genio y figura de Ernesto Sábato, Editorial Eudeba, 1997.
Ese libro no es de Catania (el suyo se intitula Sabato: entre la letra y la sangre), sino de María Angélica Correa.
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