«Partió en su primer viaje poético —Los heraldos negros, 1918— de la estética de los padres Rubén Darío, Herrera y Reisig y el de Lugones de Lunario sentimental, llevándose en los bolsillos, como confituras obsequiadas, muchos versos de la alacena modernista. Pero el muchacho, aunque por el camino vaya saboreando esas confituras, se aleja del cosmopolitismo hacia lo nacional, regional, popular e indigenista. Mestizo el autor, mestiza su poesía. La sangre parnasiana y simbolista circula por las arterias de los versos, mezclada con la de su realismo peruano. Los temas son el amor, erótico u hogareño, la vida cotidiana en su tierra de cholos; y el humor es de tristeza, desilusión, amargura y sufrimiento. El hombre sufre, fatalmente, golpes inmerecidos: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios”. Ha nacido sin quererlo; y mientras llegue la muerte, llora, y se compadece de los prójimos también dolientes, y cuando no cae sobre él un golpe se siente culpable porque sabe que lo ha recibido otro desventurado.»
Enrique Anderson Imbert, Historia de la literatura hispanoamericana, Fondo de cultura económica, México, 1954.
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