viernes, 17 de diciembre de 2010

Fragilidad, de Azorín

Fragilidad


¡Ah queridos lectores! Llegamos ahora a la parte más delicada de este cuento. ¿Por qué no era igual que antes nuestro amigo Tomás? Ser exteriormente, socialmente, era igual; pero una honda conmoción había puesto un no sé qué en su organismo. Algo había en su cerebro, en su sensibilidad, que no había antes. No será fácil describir este estado espiritual de nuestro amigo. Diremos, en términos generales, que su carácter ahora era vidrioso, un poco vidrioso. Se irritaba fácilmente de muchas cosas que antes pasaban por él inadvertidas; él mismo comprendía lo infundado de estas súbitas irritaciones. Lo comprendía... y no lo comprendía. Detalles, particularidades, incidentes de la vida diaria, eran para Tomás motivo de reiteradas meditaciones. «Diríase
—pensaba él— que hacia mi persona, como atraídos por un misterioso imán, acuden todos estos pormenores desagradables. Yo procuro poner un poco de lógica y de delicadeza en la vida; pero, fatalmente, de pronto uno de estos detalles, uno de estos incidentes, viene a revolucionar mi serenidad espiritual.» Pensaba Tomás en si todo este encadenarse de menudas adversidades sería fruto de un ambiente social determinado, y, por lo tanto, si no existirían en tal otro medio social; pensaba, otras veces, si ello no radicaría en una fatalidad humana, honda e indestructible, idéntica en todas las naciones. Un resto de optimismo alentaba en el fondo de su espíritu, y nuestro amigo se inclinaba al primer partido.
Pero el primer ímpetu de nerviosidad no podía reprimirlo; un momento después, Tomás se avergonzaba, allá en su interior, de este movimiento de cólera brusca e irreflexiva. «No soy el mismo de antes —volvía a pensar—; parezco hecho de vidrio, de sutil y quebradizo vidrio. Esta sensibilidad mía, tan aguda, tan irritable, es algo enfermizo y doloroso. Veo ahora cosas que no veía antes, percibo matices y relaciones del mundo que antes para mí estaban ocultos; pero ¡a qué costa! ¡A costa de cuántas zozobras, de cuánta inquietud, de cuántas menudas y continuas aflicciones íntimas!»


Azorín, Tomás Rueda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario