sábado, 31 de agosto de 2013

La mariposa




No conozco momento más feliz. Era otoño. Caminaba entre el gentío de la avenida S. y entonces, al levantar la mirada, vi  a una mariposa descolorida. Las hojas de los árboles caían con una muerte laxa, muda y virginal. Pensé en B. Pensé que, dado el caso de que ella se fijara en mí, yo rechazaría esa venturosa oportunidad. Porque… ¿cómo, yo, el más solitario, iba a contribuir a la desdicha de aquel muchacho y, sobre todo, a la de ella misma, al desconocer el modo de hacerla feliz? ¿Cómo, yo, sabedor de la horrible certeza del que se sabe no amado, iba a engendrar la simiente del dolor? ¿Cómo, yo, después de haber reflexionado durante tantos años sobre la cuestión del mal, iba a contribuir a la sumatoria de ese monstruo heteróclito y voraz?
Las hojas caídas levantaron vuelo en pequeños remolinos y la mariposa se confundió con ellas. Se esfumó entre la gracilidad de los livianos cadáveres y ellos mismos, a su vez, cobraron vida gracias a su bondad.

Juan Cruz Caminante

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