jueves, 28 de octubre de 2010

Por quién doblan las campanas

Epígrafe de Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway.

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio; o la casa de uno de tus amigos; o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti.

Jhon Donne

De las razones de la escritura

Cuando ya no importe de Juan Carlos Onetti comienza con dos epígrafes. Uno de los cuales es el que sigue:

Mientras escribo me siento justificado; pienso: estoy cumpliendo con mi destino de escritor, más allá de lo que mi escritura pueda valer. Y si me dijeran que todo lo que yo escribo será olvidado, no creo que recibiría esa noticia con alegría, con satisfacción pero seguiría escribiendo, ¿para quién? para nadie, para mí mismo.

Jorge Luis Borges

Prólogo de Temor y temblor

El prólogo de Temor y temblor comienza con el epígrafe:


Lo que Tarquino el Soberbio daba a entender
con las amapolas de su jardín, su hijo lo comprendió,
pero no el mensajero.


Sabemos que Tarquino el Soberbio fue el séptimo y último rey de Roma. Según Valerio Máximo, cuando el hijo de Tarquino se hubo apoderado de Gabies, envió un mensajero a preguntarle a su padre qué debía hacer. Tarquino, que desconfiaba del mensajero, lo llevó a su jardín y, sin decir palabra, tronchó con su bastón las amapolas más grandes. Con este epígrafe, Kierkegaard indica que la obra tiene un sentido secreto que debe ser descubierto por el lector, y ante todo por la novia con quien ha roto oficialmente: Regina Olsen. Había pensado primero poner como epígrafe al libro estas palabras:
—¿Escribes para quién?
—Escribes para los muertos, para aquellos que amas en el pasado.
—¿Me leerán, pues?
—No.

A continuación un fragmento de dicho prólogo:

«El presente autor de ningún modo es un filósofo; es poetice et eleganter, un escritor aficionado, que no escribe sistemas ni promesas de sistema; no ha caído en el exceso de sistema ni se ha consagrado al sistema. Para él, escribir es un lujo; y tanto más gana en evidencia y en placer cuanto menos compradores y lectores tienen sus producciones (…) El autor prevé su suerte: pasará completamente inadvertido»

Fuente: Temor y temblor, Sören Kierkegaard, editorial Losada, Buenos Aires, 2008.