martes, 19 de junio de 2012

Fragmento de una novela de Vicente Battista: El libro de todos los engaños.


El siguiente fragmento pertenece a El libro de todos los engaños, novela de Vicente Battista. En dicho fragmento creo encontrar cierta independencia, como si fuera un relato aparte.
“Con él habían partido más de doscientos millones, eran muchos y únicamente sabían correr, correr y correr. Tropezaron con células secundarias y seductoras y sólo unos pocos (entre los que se encontraba él) no cayeron en tentación. Los otros quedarían por el camino, con la nada para siempre. Ése no iba a ser su final. Él, y los muy pocos que aún persistían, marcharon hacia la caverna. Era tarea de... fuertes, por eso se abrió paso a empujones. Era hora de fecundar, y entonces él. Perforó el óvulo y comenzó a ser. Aquella célula solitaria se multiplicó sin descanso, pero igual sintió desamparo: tuvo que buscar las paredes de su reciente casa para saber del primer calor. Tres semanas más tarde tenía un corazón rudimentario y algunos vasos sanguíneos. Sintió orgullo: fabricaba su propia sangre. Contaba con un cerebro microscópico, el principio de la médula espinal y las primeras evidencias de una estructura ósea. Se parecía a un ser humano, aunque sólo pesase dos gramos. Tenía rostro, hacía muecas y sacudía piernas y brazos. Flotaba en paz, convencido de que ése era el premio a su carrera. Creía haber encontrado la felicidad, o algo parecido.
Pero un día se hizo pesado y molesto. Comprendió que se avecinaba una nueva carrera, buscó el largo pasillo y se preparó para la contienda, para todo lo que vendría y no había buscado. Ahora no quería ser el triunfador, pero ya era tarde. Atrás quedaban los vencidos por las tentaciones de la ruta, los lentos y los débiles que habían caído doblegados por su rapidez y fortaleza. ¿Lentos y débiles? Pobre idiota, esos necesitaron una cabeza de turco y entre tantos millones siempre hay uno que, como él, se cree superior y corre y corre y piensa que ha vencido y no alcanza a comprender, Tarzán de pacotilla, que los otros no fueron derrotados sino que simplemente eligieron quedarse, para que el menos hábil, el más fácil de engañar, se sienta triunfador de una contienda que desde el principio estuvo arreglada. Mientras flotaba se creyó vencedor, lo dejaron gozar un tiempo y ahora lo expulsaban. Afuera podrá contar la historia, hasta que nuevamente lo echen o, esta vez, él mismo decida echarse. Entonces, igual que ahora, tendrá que recorrer un largo pasillo por el que, como éste ahora, ya no se regresa.
Se colocó en la puerta del corredor oscuro, listo para salir. ¿Quiénes eran los derrotados?, ¿quién el astuto?, ¿aquéllos que decidieron quedarse por el camino o este solitario que nomás salga comenzará a vivir su nueva muerte?”