“En los escritos de un eremita óyese siempre también algo del eco del yermo, algo del susurro y del tímido mirar en torno propios de la soledad; hasta en sus palabras más fuertes, hasta en su grito continúa sonando una especie nueva y más peligrosa de silencio, de mutismo. Quien durante años y años, durante días y noches ha estado sentado solo con su alma, en disputa y conservación íntimas, quien en su caverna —que puede ser un laberinto, pero también una mina de oro— convirtióse en oso de cavernas, o excavador de tesoros, o en guardián de tesoros y dragón: ése tiene unos conceptos que acaban adquiriendo un color crepuscular propio, un olor tanto de profundidad como de moho, algo incomunicable y repugnante, que lanza un soplo frío sobre todo el que pasa a su lado. El eremita no cree que nunca un filósofo —suponiendo que un filósofo haya comenzado siempre por ser un eremita— haya expresado en libros sus opiniones auténticas y últimas: ¿no se escriben precisamente libros para ocultar lo que escondemos dentro de nosotros? Más aún, pondrá en duda que un filósofo pueda tener en absoluto opiniones «últimas y auténticas», que en él no haya, no tenga que haber, detrás de cada caverna, una caverna tan profunda todavía, un mundo más amplio, más extraño, más rico, situado más allá de la superficie, un abismo detrás de cada fondo, detrás de cada «fundamentación». Toda filosofía es una filosofía de fachada. He aquí un juicio de eremita: «Hay algo arbitrario en el hecho de que él permaneciese quieto aquí, mirase hacia atrás, mirase alrededor, en el hecho de que no cavase más hondo aquí y dejase de lado la azada, hay también en ello algo de desconfianza». Toda filosofía esconde también una filosofía; toda opinión es también un escondite, toda palabra, también una máscara.” (Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal).
sábado, 14 de abril de 2012
jueves, 5 de abril de 2012
El súperhombre ya existió. Y seguirá existiendo.
El problema que yo planteo aquí no es el de qué reemplazará a la humanidad en la serie de los seres (el hombre es un fin) sino el del tipo de hombre que se debe criar, que se debe querer como el de mayor valor, más digno de vivir, más cierto de futuro.
Este tipo más valioso ha existido ya muy frecuentemente, pero como un caso afortunado, como una excepción, nunca como algo querido. Antes bien, precisamente él ha sido lo más temido, él fue hasta ahora lo temible; y por temor se quiso, se crió, se obtuvo el tipo opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño, aquel animal enfermo que se llama hombre: el cristiano…
(…) El europeo de hoy está, en su valor, muy por debajo del europeo del Renacimiento; un desarrollo sucesivo no es sin más, por una necesidad cualquiera, una elevación, ni un incremento ni un refuerzo.
En otro sentido se da continuamente el logro de casos singulares en los más diversos puntos de la tierra y surgiendo de las más diversas culturas, con los cuales se presenta, en realidad, un tipo superior; algo que, en relación con el conjunto de la humanidad, es un tipo superhombre. Semejantes casos afortunados de un gran logro fueron posibles y acaso serán aún siempre posibles.
Friedrich Nietzsche, El Anticristo.
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