Lo que soy. Una tarde de otoño de 1997 caminaba por calle 59, en forma descendente hacia la avenida 1. En mi mochila llevaba una novelita de Enrique Anderson Imbert. El universo me era desfavorable: una muchacha no me quería. Las hojas de los árboles caían cansadas, mansamente. Ese día supe lo que anhelaba y en lo que, en adelante, anhelaría.
¡Cuidado, conciudadanos! Durante mucho tiempo me quejé de lo desproporcionado de mi soledad. Hoy vivo esta experiencia con la alegría furiosa de un monomaníaco. Deseo abrazar a los transeúntes y besar los zapatos de aquellos a los que antes despreciaba. Apenas puedo reprimir el impulso mientras camino, febril, por las calles de esta ciudad.