El largo «lamento» del mago que viene a continuación fue compuesto por Nietzsche en el otoño de 1884 y llevaba entonces el título de El poeta. El tormento del creador. En otra copia manuscrita le puso estos dos títulos: De la séptima soledad, luego borrado, y El pensamiento. De hecho este poema no se hallaba destinado originalmente a Así habló Zaratustra, pero Nietzsche lo insertó en él al componer la cuarta parte. De la importancia que este poema tenía para Nietzsche da idea el hecho de que más tarde lo incorporase a los Ditirambos de Dioniso, bajo el título de Lamento de Ariadna. Allí lleva al final una «respuesta » de Dioniso, quien, tras un rayo, «se hace visible con una belleza de esmeralda». La citada respuesta dice así: ¡Sé inteligente, Ariadna!.. Tienes oídos pequeños, tienes mis oídos: ¡Introduce en ellos una palabra inteligente! ¿No tenemos que odiarnos primero a nosotros mismos cuando debemos amarnos a nosotros mismos?..
Yo soy tu laberinto...
El mago
1
Y cuando Zaratustra dio la vuelta a una roca vio no lejos debajo de sí, en el mismo camino, a un hombre que agitaba los miembros como un loco furioso y que, finalmente, cayó de bruces en tierra. «¡Alto!, dijo entonces Zaratustra a su corazón, ése de ahí tiene que ser sin duda el hombre superior, de él venía aquel perverso grito de socorro, voy a ver si se le puede ayudar.» Mas cuando llegó corriendo al lugar donde el hombre yacía en el suelo encontró a un viejo tembloroso, con los ojos fijos, y aunque Zaratustra se esforzó mucho por levantarlo y ponerlo de nuevo en pie, fue inútil. El desgraciado no parecía ni siquiera advertir que alguien estuviese junto a él; antes bien, no hacía otra cosa que mirar a su alrededor, con gestos conmovedores, como quien ha sido abandonado por todo el mundo y dejado solo. Pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, comenzó a lamentarse de este modo:
¿Quién me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡Dadme braseros para el corazón!
Postrado en tierra, temblando de horror,
Semejante a un mediomuerto, a quien la gente le calienta los pies
Agitado, ¡ay, por fiebres desconocidas
Temblando ante las agudas, gélidas flechas del escalofrío,
Acosado por ti, ¡pensamiento!
¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Espantoso!
¡Tú, cazador oculto detrás de nubes!
Fulminado a tierra por ti,
Ojo burlón que me miras desde lo oscuro:
Así yazgo,
Me encorvo, me retuerzo, atormentado
Por todas las eternas torturas,
Herido
Por ti, el más cruel de los cazadores,
¡Tú desconocido Dios!
¡Hiere más hondo,
Hiere otra vez!
¡Taladra, rompe este corazón!
¿Por qué esta tortura
Con flechas embotadas?
¿Por qué vuelves a mirar,
No cansado del tormento del hombre,
Con ojos crueles, como rayos divinos?
¿No quieres matar,
Sólo torturar, torturar?
¿Para qué torturarme a mí,
Tú cruel, desconocido Dios?
¡Ay, ay! ¿Te acercas a escondidas?
¿En esta medianoche
Qué quieres? ¡Habla!
Me acosas, me oprimes
¡Ay! ¡ya demasiado cerca!
¡Fuera! ¡Fuera!
Me oyes respirar,
Escuchas mi corazón.
Auscultas mi corazón,
Tú celoso
Pero ¿celoso de qué?
¡Fuera! ¡Fuera!
¿Para qué esa escala?
¿Quieres entrar dentro,
en el corazón,
Penetrar en mis más ocultos
Pensamientos?
¡Desvergonzado! ¡Desconocido ladrón!
¿Qué quieres robar? ¿Qué quieres escuchar?
¿Qué quieres arrancar con tormentos?
¡Tú atormentador!
¡Tú Dios verdugo!
¿O es que debo, como el perro,
Arrastrarme delante de ti?
¿Sumiso, fuera de mí de entusiasmo,
Menear la cola declarándote mi amor?
¡En vano! ¡Sigue pinchando,
Cruelísimo aguijón!
No, No un perro tu caza soy tan sólo,
¡Cruelísimo cazador!
Tu más orgulloso prisionero
¡Salteador oculto detrás de nubes!
Habla por fin,
¿Qué quieres tú, salteador de caminos, de mí?
¡Tú oculto por el rayo! ¡Desconocido! Habla,
¿Qué quieres tú, desconocido Dios?
¿Cómo? ¿Dinero de rescate?
¿Cuánto dinero de rescate quieres?
Pide mucho ¡te lo aconseja mi segundo orgullo!
¡Ay, ay! ¿A mí es a quien quieres? ¿A mí?
¿A mí entero?
¡Ay, ay! ¿Y me torturas, necio,
Atormentas mi orgullo?
Dame amor ¿quién me calienta todavía?
¿Quién me ama todavía? dame manos ardientes,
Dame braseros para el corazón,
Dame a mí, al más solitario de todos,
Al que el hielo, ay, un séptuplo hielo
Enseña a desear
Incluso enemigos,
Enemigos,
Dame, sí, entrégame,
Cruelísimo enemigo,
Dame ¡a ti mismo!
¡Se fue!
¡Huyó también él,
Mi último y único compañero,
Mi gran enemigo,
Mi desconocido,
Mi Dios verdugo!
¡No! ¡Vuelve
Con todas tus torturas!
¡Oh, vuelve
Al último de todos los solitarios!
¡Todos los arroyos de mis lágrimas
Corren hacia ti!
¡Y la última llama de mi corazón
Para ti se alza ardiente!
¡Oh, vuelve,
Mi desconocido Dios!¡Mi dolor!¡Mi última felicidad!
Nota: el capítulo El Mago tiene una segunda parte, en la cual éste dialoga con Zaratustra.
Yo soy tu laberinto...
El mago
1
Y cuando Zaratustra dio la vuelta a una roca vio no lejos debajo de sí, en el mismo camino, a un hombre que agitaba los miembros como un loco furioso y que, finalmente, cayó de bruces en tierra. «¡Alto!, dijo entonces Zaratustra a su corazón, ése de ahí tiene que ser sin duda el hombre superior, de él venía aquel perverso grito de socorro, voy a ver si se le puede ayudar.» Mas cuando llegó corriendo al lugar donde el hombre yacía en el suelo encontró a un viejo tembloroso, con los ojos fijos, y aunque Zaratustra se esforzó mucho por levantarlo y ponerlo de nuevo en pie, fue inútil. El desgraciado no parecía ni siquiera advertir que alguien estuviese junto a él; antes bien, no hacía otra cosa que mirar a su alrededor, con gestos conmovedores, como quien ha sido abandonado por todo el mundo y dejado solo. Pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, comenzó a lamentarse de este modo:
¿Quién me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡Dadme braseros para el corazón!
Postrado en tierra, temblando de horror,
Semejante a un mediomuerto, a quien la gente le calienta los pies
Agitado, ¡ay, por fiebres desconocidas
Temblando ante las agudas, gélidas flechas del escalofrío,
Acosado por ti, ¡pensamiento!
¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Espantoso!
¡Tú, cazador oculto detrás de nubes!
Fulminado a tierra por ti,
Ojo burlón que me miras desde lo oscuro:
Así yazgo,
Me encorvo, me retuerzo, atormentado
Por todas las eternas torturas,
Herido
Por ti, el más cruel de los cazadores,
¡Tú desconocido Dios!
¡Hiere más hondo,
Hiere otra vez!
¡Taladra, rompe este corazón!
¿Por qué esta tortura
Con flechas embotadas?
¿Por qué vuelves a mirar,
No cansado del tormento del hombre,
Con ojos crueles, como rayos divinos?
¿No quieres matar,
Sólo torturar, torturar?
¿Para qué torturarme a mí,
Tú cruel, desconocido Dios?
¡Ay, ay! ¿Te acercas a escondidas?
¿En esta medianoche
Qué quieres? ¡Habla!
Me acosas, me oprimes
¡Ay! ¡ya demasiado cerca!
¡Fuera! ¡Fuera!
Me oyes respirar,
Escuchas mi corazón.
Auscultas mi corazón,
Tú celoso
Pero ¿celoso de qué?
¡Fuera! ¡Fuera!
¿Para qué esa escala?
¿Quieres entrar dentro,
en el corazón,
Penetrar en mis más ocultos
Pensamientos?
¡Desvergonzado! ¡Desconocido ladrón!
¿Qué quieres robar? ¿Qué quieres escuchar?
¿Qué quieres arrancar con tormentos?
¡Tú atormentador!
¡Tú Dios verdugo!
¿O es que debo, como el perro,
Arrastrarme delante de ti?
¿Sumiso, fuera de mí de entusiasmo,
Menear la cola declarándote mi amor?
¡En vano! ¡Sigue pinchando,
Cruelísimo aguijón!
No, No un perro tu caza soy tan sólo,
¡Cruelísimo cazador!
Tu más orgulloso prisionero
¡Salteador oculto detrás de nubes!
Habla por fin,
¿Qué quieres tú, salteador de caminos, de mí?
¡Tú oculto por el rayo! ¡Desconocido! Habla,
¿Qué quieres tú, desconocido Dios?
¿Cómo? ¿Dinero de rescate?
¿Cuánto dinero de rescate quieres?
Pide mucho ¡te lo aconseja mi segundo orgullo!
¡Ay, ay! ¿A mí es a quien quieres? ¿A mí?
¿A mí entero?
¡Ay, ay! ¿Y me torturas, necio,
Atormentas mi orgullo?
Dame amor ¿quién me calienta todavía?
¿Quién me ama todavía? dame manos ardientes,
Dame braseros para el corazón,
Dame a mí, al más solitario de todos,
Al que el hielo, ay, un séptuplo hielo
Enseña a desear
Incluso enemigos,
Enemigos,
Dame, sí, entrégame,
Cruelísimo enemigo,
Dame ¡a ti mismo!
¡Se fue!
¡Huyó también él,
Mi último y único compañero,
Mi gran enemigo,
Mi desconocido,
Mi Dios verdugo!
¡No! ¡Vuelve
Con todas tus torturas!
¡Oh, vuelve
Al último de todos los solitarios!
¡Todos los arroyos de mis lágrimas
Corren hacia ti!
¡Y la última llama de mi corazón
Para ti se alza ardiente!
¡Oh, vuelve,
Mi desconocido Dios!¡Mi dolor!¡Mi última felicidad!
Nota: el capítulo El Mago tiene una segunda parte, en la cual éste dialoga con Zaratustra.